Ha sido el motor que impulsó los ratos de alegría de muchos durante su historia, sus vagones están cargados de momentos mágicos, llenos de nostalgia y por supuesto ocupa un lugar muy especial en el corazón de los socios y visitantes que acuden a pasar un rato ameno al Castillo Country Club. ¡Sí!, estamos hablando del muy querido Trencito.
Este consentido del Club, ya cuenta entre sus ruedas más de 40 años de existencia y con el pasar de los años se ha convertido en la cita infaltable para todos los niños y niñas que visitan El Castillo.
Su historia data desde la construcción del Club, según el primer presidente de Junta Directiva y fundador de la institución, Álvaro Batalla, desde sus primeras reuniones en las que El Castillo era solamente un hermoso sueño, ya contemplaban la idea de crear un trencito que recorriera las instalaciones, para suerte de los soñadores, uno de los ingenieros a cargo de la obra tenía experiencia en la construcción del ferrocarril al pacífico; fue así que de la mano del Ing. Rodrigo Urrea nació el primer trencito, el cual tenía un motor de jeep de gasolina y fue construido en su totalidad en Costa Rica.
Para la señora María Eugenia Rojas, colaboradora incansable del Club y quien cuenta ya con 43 años de laborar para la empresa, esta fue una idea innovadora, “cuando yo llegué ya el tren existía, tenía 2 vagones pequeños solamente y hacía un trayecto sencillo, recuerdo que como aquí llueve mucho, la gente a veces se mojaba y en los días de mal tiempo, el trencito no circulaba.
Actualmente el tren hace un recorrido aproximado de 1.2 kilómetros sobre rieles construidos especialmente para él, cuenta con 3 vagones con capacidad máxima de 15 pasajeros por vagón y lo lleva a las áreas principales del Club, funciona los días sábados y domingos en un horario de 11:00 am a 1:00 pm y de 2:00 pm a 4:00 pm en temporada baja.
La próxima vez que visite el Castillo, no pierda la oportunidad de traer a sus hijos y ser también parte de la historia de este emblemático y maravilloso tren de las montañas heredianas.
Por: Verónica Solórzano J.